Esteban Flores // La monja

La monja
Esteban Flores

Sor Inés una monja
que hace tiempo se murió.
       Sin lisonja,
Sor Inés era una monja
lo más bueno que sé yo.

Con el hábito severo
de su clase monacal
la contemplo cuando quiero;
con el hábito severo
que lleva al hospital.

Tez de cera, azules ojos
y en los ojos eso que
funde duelos, calma enojos
¡brotó siempre de sus ojos
un relámpago de fe!

¿Cómo vino?¿de dónde era?
Cierta vez la interrogué
y la pálida enfermera,
pensativa como era,
contestóme: ¿para qué?

Por los largos corredores
como un ángel iba tras
la vanguardia de doctores
y en los largos corredores
esplendía ella no más.

Poco hablaba, mas había
en su acento tal unción,
que lo poco que decía
mucho tiempo nos seguía
endulzando el corazón.

Nunca vi la breve rosa
de su boca balbucir
una frase jubilosa;
nunca vi la breve rosa
de su bica sonreír.

Mas tenia para todos
un afecto celestial
y tan dulces, tiernos modos,
que al mirarla pasar, todos
se olvidaban de su mal.

Y si a veces una frente
recibía la ilusión
de su mano transparente,
en la comba de esa frente
florecía una oración.

¿Cómo vino?¿de dónde era?
lo ignoraban, lo ignoré.
Nuestra pálida enfermera
nunca dijo de dónde era.
¿Para qué?

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