Con infinita dulzura la tomo del antebrazo, desdoblo sus delicados dedos uno a uno hasta que su mano estuvo abierta, coloco en ella una bella daga con empuñadura de plata, tan hermosamente decorada que parecía imposible que sirviese para herir o incluso asesinar; después de poner la daga en su mano y ella empuñarla le dijo – mátame, mátame ahora con esta hermosa daga que es como tu y tan letal como tu, porque después de hoy ya no quiero vivir, sino es de ti o para ti, miénteme, di que también me amas, aunque no sea cierto escucharlo de tu boca me permitirá seguir viviendo, yo te creeré, estoy tan ansioso de creerte…
Pero a ella no le gustaba mentir.
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