Balún Canan de Rosario Castellanos... fragmentos




Ya se acabo el baldillito

De los rancheros de acá…

    -¿Qué es el baldillito, tío David?
    - Es la palabra chiquita para decir baldío. El trabajo que los indios tienen la obligación de hacer y que los patrones no tienen la obligación de pagar.
    -¡Ah!
    - Pues ahora se acabo. Si los patrones quieren que les siembren la milpa, que les pastoreen el ganado, su dinero les costará. ¿Y saben qué cosa va a suceder? Que se van a arruinar. Que ahora vamos a ser todos igual de pobres.
    - ¿Todos?
    - Sí.
    - ¿También nosotros?
    - También.
    - ¿Y qué vamos a hacer?
    - Lo que hacen los pobres. Pedir limosna; ir a la casa ajena a la hora de comer, por si acaso admiten un convidado.
    - No me gusta eso- dice Mario-. Yo quiero ser lo que tú eres, tío David. Cazador.
    - Yo no. Yo quiero ser la dueña de la casa ajena y convida a los que lleguen a comer.
    - Ven aquí, Mario. Si vas a ser cazador es bueno que sepas lo que voy a decirte. El Quetzal es un pájaro que no vive de dondequiera. Sólo por el rumbo de Tziscao. Hace su nido en los troncos huecos de los árboles para no maltratar las plumas largas de la cola. Pues cuando las ve sucias o quebradas muere de tristeza. Y se está siempre en lo alto. Para hacerlo bajar silbas así, imitando el reclamo de la hembra. El Quetzal mueve la cabeza buscando la dirección de donde partió el silbido. Y luego vuela hacia allá. Es entonces cuando tienes que apuntar bien, al pecho del pájaro. Dispara. Cuando el Quetzal se desplome, cógelo, arránquele las entrañas y rellénalo con una preparación especial que yo voy a darte, para disecarlo. Quedan como si estuvieran todavía vivos. Y se venden bien.
    - ¿Ya ves?- me desafía Mario-. No es difícil.
    - Tiene sus riesgos –añade tío David-. Porque en Tziscao están los lagos de diferentes colores. Y ahí es donde viven los nueve guardianes.
    - ¿Quiénes son los nueve guardianes?
    - Niña, no seas curiosa. Los mayores lo saben y por eso dan a esta región el nombre de Balún Canán. La llaman así cuando conversan entre ellos. Pero nosotros, la gente menuda más vale que nos callemos. Y tú, Mario, cuando vayas de cacería, no hagas lo que yo. Pregunta, indágate. Porque hay árboles, hay orquídeas, hay pájaros que deben respetarse. Los indios los tienen señalados para aplacar la boca de los guardianes. No los toques porque te traería desgracia. A mí nadie me avisó cuando me interné por primera vez en las montañas de Tziscao.
    Las mejillas de tío David, hinchadas, fofas, tiemblan, se contraen. Yo rasgo el silencio con un acorde brusco de guitarra.
    -Canta otra vez.
    La voz de tío David, más insegura, más desentonada, repite la canción nueva:

Ya se acabó el baldillito

De los rancheros de acá…


* ** ° ** *

XX

Mi nana me lleva aparte para despedirnos. Estamos en el oratorio. Nos arrodillamos ante las imágenes del altar.
    Luego mi nana me persigna y dice:
    - Vengo a entregarte mi criatura. Señor, tú eres testigo de que no puedo velar sobre ella ahora que va a dividirnos la distancia. Pero tú que estás aquí lo mismo que allá, protégela. Abre sus caminos, para que no tropiece, para que no caiga. Que la piedra no se vuelva en su contra y la golpee. Que no salte la alimaña para morderla. Que el relámpago no enrojezca el techo que la ampare. Porque con mi corazón ella te ha conocido y te ha jurado fidelidad y te ha reverenciado porque tú eres el poderoso, porque tú eres el fuerte.
    “apiádate de sus ojos. Que no miren a su alrededor como miran los ojos del ave de rapiña.
    “Apiádate de sus manos. Que no la cierre como el tigre sobre su presa. Que las abra para dar lo que posee. Que las abra para recibir lo que necesita como si obedeciera a tu ley.
    “Apiádate de su lengua. Que no suelte amenazas como suelta chispas el cuchillo cuando su filo choca contra otro filo.
    “Purifica sus entrañas para que de ellas broten los actos no como la hierba rastrera, sino como los árboles grandes que sombrean y dan fruto.
    “Guárdala, como hasta aquí la he guardado yo, de respirar desprecio. Si uno viene y se inclina ante su paz que no alarde diciendo: yo he domado la cerviz de este potro. Que ella también se incline a recoger esa flor preciosa – que a muy pocos es dado cosechar en este mundo- que se llama humildad.
    “Tú le reservaste siervo. Tú le reservarás el ánimo de hermano mayo, de custodio, de guardián. Tú le reservarás la balanza que pesa las acciones. Para que pese más su paciencia que su cólera. Para que pese más su compasión que su justicia. Para que pese más su amor que su venganza.
    “Abre su entendimiento, ensánchalo, para que pueda caber la verdad. Y se detenga antes de descargar le latigazo, sabiendo que cada latigazo que cae graba su cicatriz en la espalda del verdugo. Y así sean sus gestos como el ungüento derramado sobre las llagas.
    “Vengo a entregarte mi criatura. Te la entrego. Te la encomiendo. Para que todos los días, como se lleva el cántaro al río para llenarlo, lleve su corazón a la presencia de los beneficios de sus siervos a recibido para que nunca le falte gratitud. Que se siente ante su mesa, donde jamás se ha sentado el hambre. Que bese el paño que la cubre y es hermoso. Que palpe los muros de su casa, verdaderos y sólidos. Esto es nuestra sangre y nuestro trabajo y nuestro sacrificio.”
    Oímos, en el corredor, el trajín de los arrieros, de las cridadas ayudando a remachar los cajones. Los caballos ya están ensillados y patean los ladrillos del zaguán. La voz de mi madre dice mi nombre, buscándome.
    La nana se pone de pie. Y luego se vuelve a mí, diciendo:
    - Es hora de separarnos, niña.
    Pero yo sigo en el suelo, cogida de su tzec, llorando porque no quiero irme.
    Ella me aparta delicadamente y me alza hasta su rostro. Besa mis mejillas y hace una cruz sobre mi boca.
    - Mira que con lo que he rezado es como si hubiera yo vuelto, otra vez, a amamantar.

* ** ° ** *

Llego hasta la recamara de mi madre. Ahí está ella sobre su cama, la cama en la murió su hijo, retorciéndose y gimiendo como la res cuando el vaquero la derriba y su piel humea al recibir la marca de la esclavitud.
    A la orilla del lecho Amalia, con voz pareja, sin inflexiones, salmodia:
    - Es bueno vivir a la orilla de los ríos. Mirando pasar el agua se limpia la memoria. Oyendo pasar el agua se adormece la pena. Iremos a vivir a la orilla de un río.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...